El domingo 9 de diciembre pasado, el académico Pérez-Reverte
escribió un artículo magistral (como casi todos los suyos) en su sección “Patente
de corso”, en el dominical del Grupo Vocento XLSemanal (nº 1.624), se refería a
la recuperación del islote Perejil, y defendía a los 28 soldados españoles (27
hombre y una mujer), que junto con los 12 pilotos de los helicópteros, fueron
los autores de la operación militar, frente a unos majaderos indocumentados que
se han referido a ellos de una forma malsana, estúpida y soez.
Pérez-Reverte nos ha dejado la siguiente prosa
al respecto, sencillamente genial:
“Payasadas y viento de levante
Como llamar a aquello payasada me toca el trigémino,
voy a recordarles a quienes lo ignoran, o lo han olvidado, lo que ocurrió allí
Lo escuché ayer en la radio, a un fulano: «La
payasada que hicimos en Perejil», dijo. Y me quedé rato pensando en cómo la
ignorancia, a menudo aliada con la estupidez, alumbran frases como ésa. Me
quedé pensándolo porque sobre esa payasada de Perejil conozco dos cosas. Una es
el lugar, islote de soberanía española pegado a la costa de Marruecos, que el
11 de julio de 2002 fue tomado por fuerzas marroquíes y seis días más tarde
recuperado por tropas españolas. Me es familiar porque en otro tiempo lo sobrevolé
y navegué de cerca con Vigilancia Aduanera. Y la otra cosa que conozco bien es
la operación militar que zanjó el asunto. Así que, como llamar a aquello
payasada me toca el trigémino, voy a recordarles a quienes lo ignoran, o lo han
olvidado, lo que ocurrió allí.
Y lo que ocurrió es que había una crisis
diplomática entre Marruecos y España, y el primero decidió dar un pequeño golpe
de fuerza ocupando con algunos soldados el islote desierto, que por viejos
tratados decimonónicos –y con absoluta injusticia geográfica– pertenece a
España. Esos incidentes suelen resolverse en la mesa de negociación, pero eran
malos tiempos para la lírica. Así que el gobierno Aznar, que era quien mandaba
entonces, decidió recuperarlo por las bravas. La decisión de hacerlo así podría
ser discutible, o no; Aznar puede ser calificado de lo que cada cual le
reserve, y su ministro de Defensa Federico Trillo, el del Yak, no fue el que
más lustre dio a su cargo. En todo eso estamos de acuerdo; pero el hecho
concreto es que los 27 hombres y una mujer del Grupo de Operaciones Especiales
y los pilotos de helicópteros a quienes se ordenó recuperar Perejil eran
soldados españoles que, cumpliendo órdenes y sin saber cuántos marroquíes había
en el islote y en los cercanísimos acantilados que lo dominan desde tierra
firme, volaron de noche a quince metros de altura sobre el Estrecho para no ser
detectados, pasaron sobre un buen número de barcos de guerra españoles y
marroquíes concentrados en la zona, y a las seis de la mañana, con un viento de
90 kilómetros por hora que zarandeaba los helicópteros, a oscuras y viendo
verde a través de sus gafas de visión nocturna, arrojaron sus mochilas sobre
las escarpadas rocas y después saltaron ellos, tiznado el rostro, cargados de
armas y equipo de combate, desde tres y cuatro metros de altura. Y luego, con
sólo gritos en español y francés y los puntos rojos de sus miras láser bailando
en los cuerpos de los adversarios, sin pegar un tiro aunque estaban autorizados
para hacerlo, redujeron a los seis soldados que Marruecos había dejado allí,
izaron la bandera española y, en espera de una unidad de la Legión que debía
relevarlos entrado el día, se atrincheraron lo mejor que pudieron.
Conozco Perejil, como digo, y les aseguro que
imaginarlo acojona: un pequeño islote, y arriba, a pocos metros, los
acantilados de tierra firme desde donde los marroquíes podían machacar cada
roca y cada palmo de terreno. Y aquellos 28 soldados en la oscuridad y luego en
la incierta luz del alba, las armas en las manos, mirando hacia arriba sin
saber, o suponiendo, lo que podía caerles encima si Marruecos encaraba el
órdago. Imagínenlos en esos momentos en que las agujas del reloj parecen
paradas, veintisiete hombres y una mujer con la boca seca y los dientes
apretados, esperando. Pensando en lo que se piensa en situaciones como ésa. En
lo a gusto que estarían en cualquier otro lugar de la tierra. En los familiares
–por seguridad, a nadie se había informado de la operación–, que a esa hora
dormían sin saber que marido, novia, hijo, padre, estaba en el culo del mundo,
esperando el ataque, los bombazos, los disparos que podían mandarlo al diablo.
Nada ocurrió, al fin. Final feliz. Aunque hoy
muchos lo niegan, recuerdo la satisfacción de casi toda España –sólo Izquierda
Unida y los políticos vascos y catalanes criticaron la acción– cuando se supo
la noticia. Ahora el tiempo ha pasado, el infausto recuerdo de Aznar y Trillo
contamina demasiadas cosas, incluido Perejil, y algunos de quienes ignoran los
detalles de aquello, o prefieren ignorarlos, se permiten llamarlo payasada. Y,
bueno. Quizá Aznar y su ministro de Defensa no estuvieran, a menudo, lejos de
la pista de un circo. Pero los doce pilotos de helicóptero y los veintisiete
hombres y una mujer que hace dieciséis años saltaron a oscuras sobre un islote
rocoso, jugándose la vida en la costa misma de Marruecos, merecen toda
admiración y todo respeto. Eran soldados, eran profesionales, eran valientes. Y
eran los nuestros.”
Efectivamente, don Arturo, “Eran soldados, eran profesionales, eran valientes, Y eran de los nuestros”. Y lo son, y lo siguen siendo, hoy, 17 años después.
Efectivamente, don Arturo, “Eran soldados, eran profesionales, eran valientes, Y eran de los nuestros”. Y lo son, y lo siguen siendo, hoy, 17 años después.
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