Buenas noches.
En estos días tan especiales, en los que siempre nos deben unir los
mejores sentimientos, os deseo, junto a la Reina y nuestras hijas, la Princesa
Leonor y la Infanta Sofía, una Feliz Navidad y que en el año 2019 podáis ver
cumplidos vuestros anhelos y aspiraciones.
Hoy no quiero dejar de recordar a quienes vivís una situación difícil
por razones personales, económicas o sociales; o estáis lejos de vuestro hogar y
seres queridos. En estas horas, que han de ser para la alegría y de
celebración, nuestro corazón y nuestro pensamiento están a vuestro lado; y
nuestro mayor deseo es que todas esas circunstancias queden pronto atrás.
A lo largo de los últimos años os he venido transmitiendo en Nochebuena
mis inquietudes y reflexiones sobre nuestra democracia; sobre la cohesión
social y territorial, la economía y el paro o la educación; también sobre la
corrupción, el terrorismo, o la violencia contra las mujeres; una violencia, de
tan triste actualidad y que merece siempre nuestra repulsa y condena más
enérgica y el empeño de toda la sociedad para erradicarla de nuestra vida.
Todas estas cuestiones que acabo de mencionar nos siguen preocupando, por
supuesto, muy seriamente.
Permitidme que esta noche os hable de algo que también me parece muy
importante. Quiero hablaros de nuestra convivencia, de los principios en los
que se inspira, pensando en el presente y también en el futuro, en nuestras
generaciones más jóvenes, a las que hoy me voy a dirigir especialmente.
El pasado 6 de diciembre, con motivo del 40 aniversario de nuestra
Constitución, recordé nuevamente los ideales que animaron y unieron a los
españoles durante la transición política y que han sido el fundamento, la base
de nuestra libertad y de nuestro progreso de estos últimos 40 años: la
reconciliación y la concordia; el diálogo y el entendimiento; la integración y
la solidaridad.
Quienes vivieron aquellos años saben bien que si hay algo que los define
fue el valor de trabajar juntos y unidos pensando en nuestro país y en su
futuro; fue la voluntad de los españoles de entenderse y la de los líderes
políticos, económicos y sociales de llegar a acuerdos, a pesar de estar muy
distanciados por sus ideas y sentimientos.
A todos les unía un objetivo muy claro: la democracia y la libertad en
España; definir unas reglas comunes que garantizaran nuestra convivencia. Y lo
lograron. De ese éxito nos hemos beneficiado las siguientes generaciones; y lo
que debemos hacer hoy es todo lo que esté en nuestras manos para que esos
principios no se pierdan ni se olviden, para que las reglas que son de todos
sean respetadas por todos. Y de esa manera asegurar a los jóvenes, con mayor
garantía, nuevas décadas de progreso y avance como las que nosotros
afortunadamente hemos conocido.
Quienes fuisteis protagonistas o testigos de la transición estoy seguro
de que entenderéis muy bien lo que acabo de decir. A los que no vivisteis aquel
tiempo y especialmente a las generaciones más jóvenes, tenemos el deber de
haceros partícipes de ese período de nuestra historia, de ese camino que
permite entender por qué y cómo España ha conseguido el cambio más radical de
su historia; por qué y cómo ha avanzado y prosperado tanto nuestra sociedad
desde entonces.
Yo creo que eso es
necesario, sí; pero también creo que no es suficiente. Porque como sociedad
tenemos una deuda pendiente con nuestros jóvenes. Somos responsables de su
futuro y las circunstancias de hoy en día no son, ni mucho menos, las más
fáciles.
Los jóvenes vivís inmersos en la realidad de una sociedad tecnológica
—de cambios continuos y acelerados— que plantea nuevos interrogantes, pero que
a la vez está llena de nuevas oportunidades. Tenéis talento, creéis en la paz,
estáis abiertos al mundo porque sois y os sentís europeos, sois solidarios,
estáis comprometidos con las causas sociales, con la lucha contra el cambio
climático y la defensa del medio ambiente. Queréis vivir y convivir, pero
tenéis problemas serios.
Sabéis que es muy difícil encontrar trabajo sin una adecuada formación.
Muchos la tenéis, pero a veces os veis obligados a ocupar un puesto de trabajo
que no es para el que os habéis preparado o que no responde a vuestras
expectativas. Y os tenemos que ayudar: a que podáis construir un proyecto de
vida personal y profesional, con un trabajo y un salario dignos, a tener un
lugar adecuado donde vivir y, si así lo queréis, a formar una familia y poder
conciliar con la vida laboral.
Nuestra responsabilidad, la de toda nuestra sociedad, es que vuestra
capacidad, vuestra motivación, vuestra ilusión y esfuerzo, venzan a las
dificultades; porque tenemos la obligación –contando con vosotros, con vuestra
energía–, de seguir construyendo día a día un país mejor, más creativo, más
dinámico, y siempre en vanguardia; una España más cohesionada socialmente y más
comprometida con la igualdad real entre hombres y mujeres.
Hoy, que vivimos en una democracia asentada y que compartimos unos
mismos principios y valores con otras democracias de nuestro entorno, es
imprescindible que aseguremos en todo momento nuestra convivencia.
Una convivencia que se basa en la consideración y en el respeto a las
personas, a las ideas y a los derechos de los demás; que requiere que cuidemos
y reforcemos los profundos vínculos que nos unen y que siempre nos deben unir a
todos los españoles; que es incompatible con el rencor y el resentimiento,
porque estas actitudes forman parte de nuestra peor historia y no debemos
permitir que renazcan; una convivencia en la que la superación de los grandes
problemas y de las injusticias nunca puede nacer de la división, ni mucho menos
del enfrentamiento, sino del acuerdo y de la unión ante los desafíos y las
dificultades.
Una convivencia, en fin, que exige el respeto a nuestra Constitución;
que no es una realidad inerte, sino una realidad viva que ampara, protege y
tutela nuestros derechos y libertades. Todos los proyectos necesitan unos
cimientos sólidos, y la España de hoy los tiene, porque están hechos de una
voluntad decidida de concordia, de paz y de entendimiento.
Y esta es la reflexión que quería haceros llegar esta noche: que la
convivencia —que siempre es frágil, no lo olvidemos— es el mayor patrimonio que
tenemos los españoles. La obra más valiosa de nuestra democracia y el mejor
legado que podemos confiar a las generaciones más jóvenes; y, por ello, debemos
evitar que se deteriore o se erosione; debemos defenderla, cuidarla,
protegerla; y hacerlo con responsabilidad y convicción. Así lo hemos demostrado
durante estos últimos cuarenta años de libertad porque hemos creído en nosotros
mismos y en nuestras propias fuerzas.
Ahora debemos valorar con orgullo lo que somos, lo que hemos hecho y
confiar en lo que podemos hacer entre todos, alejando el desencanto o el
pesimismo. Debemos ser conscientes de la nueva realidad que nos impone el siglo
XXI y ser capaces de alcanzar consensos cívicos y sociales que aseguren el gran
proyecto de modernización de España.
Con esa esperanza y confianza en el futuro, sigamos adelante. Con coraje
y sin descanso. Porque todos podemos hacer mucho por el bien común, y
superarnos cada día; haciendo cada uno lo que nos corresponde y apoyando a
quien cumple con su obligación; animando a quien lo precisa —sin que nadie
quede atrás—, y sumando todas nuestras fuerzas en el deseo de una España
siempre mejor, porque los españoles lo merecemos.
A todo esto os animo. Gracias por escucharme y os deseo nuevamente a
cada uno de vosotros y a vuestras familias, una muy feliz Navidad.
Eguberri on. Bon Nadal. Boas
festas.
Buenas noches. Y feliz y próspero 2019.
No hay comentarios:
Publicar un comentario