El asesinato del embajador
ruso en Turquía nos causó una muy honda impresión; le acribilló a balazos por
la espalda un cobarde criminal ante las cámaras de televisión, mientras pronunciaba
unas palabras en la inauguración de una exposición fotográfica en Ankara.
Todo
el horror que pueden protagonizar los asesinos más abyectos (¡y ha habido en los
últimos pocos años actos de una brutalidad increíble!, que no hace falta
recordar) puede que no haya hecho más que comenzar: el atractivo de asesinar a
alguien en directo, ante las cámaras de televisión, parece innegable, y es más que
probable que haya consignas del islamismo radical para que en este año, recién estrenado, esos atentados se prodiguen.
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