Este
pasado 13 de agosto José María Ruiz Soroa publicó en las páginas de opinión de
El Correo el artículo titulado “Votar no
es siempre democrático”, que ponemos íntegramente a continuación y que
recomendamos leer en estos días de final de verano:
“El debate en
torno al proyectado referéndum catalán ha aportado al repertorio político
patrio, entre otras cosas, algunas afirmaciones rutilantes, de esas que parecen
revestidas de una corrección obvia y evidente por sí mismas y que además son
bonitas: «poner las urnas no puede ser ilegal», «votar no puede ser contrario a
la democracia», «una ley que impide votar al pueblo es ilegítima por
definición». En el fondo, no son sino una versión fuerte de aquel, ahora suena
tímido, «¿qué hay de malo en ello?» que popularizó Ibarretxe con ocasión de su
consulta. De una manera más elaborada y técnica es la versión que argumenta
Pedro Ibarra en estas páginas (‘Ajustes democráticos’, el día 2): en concreto,
que un proceso de decisión por votación que cumpla con todas las reglas de
inclusividad y libertad que se exigen normalmente para una elección es por sí
mismo democrático, porque la democracia es puramente procesual, sin incluir
valoración alguna o control sobre los contenidos materiales del proceso o sobre
la legalidad substantiva de su convocatoria. Votar, si se vota respetando la
limpieza del proceso, es democrático se vote sobre lo que se vote y en el
ámbito que sea.
Tal
afirmación podría ser correcta si reducimos la cuestión al sentido literal del
término ‘democracia’ y a lo que fue la democracia en Atenas. Pero ciertamente
no lo es si nos atenemos a su significado político moderno y contemporáneo. Que
es lo que importa. Como decía Sartori, entre la democracia griega y la moderna
existe homonimia pero no homología: las llamamos igual pero son cosas
distintas. Si hablamos de los regímenes políticos existentes en nuestro entorno
que llamamos ‘democracias’, y que se definen a sí mismos como «democracias
constitucionales» evolucionadas de las ‘liberales’, no puede afirmarse que
votar sea siempre democrático. Y para explicarlo, nada más sencillo que un
ejemplo.
Supongamos
que la mayoría gobernante de un municipio (pueden poner si lo prefieren una
región, nacionalidad, estado, da lo mismo) decide convocar un referéndum
abierto absolutamente a todos los vecinos, con votación igual, secreta, libre y
reposada, para decidir si en el futuro van a quedar excluidos del vecindario
las personas que sean comunistas; o las falangistas; o las heterosexuales. Si
cumple con todas las reglas de libertad, igualdad e inclusividad, ¿sería
democrático este referéndum y debería por tanto permitirse su celebración?
Estoy seguro que todos los lectores responden intuitivamente que no. Y tienen
razón, porque ese proceso violaría derechos fundamentales. Pero esa intuición
choca, como es patente, con la afirmación previa de que toda decisión popular
adoptada en un proceso libre e igual es por definición democrática. Estamos
ante una aparente contradicción en los términos: un proceso ‘democrático’ que
no es admisible en ‘democracia’. No es legítimo poner urnas para votar sobre
esta cuestión.
La
contradicción desaparece cuando nos damos cuenta de que las democracias de hoy
en día, las democracias reales, no las terminológicas, definen ya de entrada en
su propia constitución original un amplísimo campo o esfera de lo que ha sido
denominado con acierto ‘lo indecidible’ o ‘el coto vedado’. Los derechos
fundamentales de los seres humanos, por ejemplo, no están a la disposición de
la voluntad mayoritaria, sino que se imponen a ésta de antemano. Los principios
esenciales que inspiran la acción de los poderes públicos (el respeto a la
dignidad humana y el fomento de las condiciones para la mayor posibilidad de su
desarrollo) tampoco están sometidos a las mayorías: pueden ser modulados e
interpretados, pero no desconocidos de raíz. Ni por el pueblo mismo ni por la
mayoría parlamentaria.
Cierto, la
delimitación de las fronteras de un país no forma parte del núcleo de lo
indecidible. ¿Cabe entonces decidirlo por mayoría simple en referéndum de una
comunidad? Pues no, porque lo que sí forma parte del ámbito que se impone
necesariamente a la voluntad de la mayoría son las reglas que establecen las
competencias de cada institución y la forma de modificarlas: las reglas del
juego. Ejemplo: no podría ponerse a votación referendataria en un municipio la
supresión del impuesto sobre el patrimonio para sus habitantes y si se hiciera
el resultado sería inválido e ineficaz por respecto a las leyes tributarias. Ni
es competencia municipal ni los impuestos pueden modificarse por iniciativa
popular. Pues bien, modificar el ámbito territorial de España exige una reforma
constitucional compleja (con voto referendatario de todo el pueblo español) y
una reforma del Estatuto catalán (con voto de dos tercios del Parlament y
subsiguiente popular catalán). Esas son las reglas del juego, el único
democrático hoy por hoy. Pueden cambiarse, claro está, pero no desconocerse.
En resumen,
que en la democracia actual casi todo lo verdaderamente importante está ya
decidido de antemano y, por ello, sustraído a la decisión de la mayoría,
popular o parlamentaria que sea. Que esta realidad no guste a los espíritus
inquietos es una cosa, incluso lógica. Pero otra muy distinta es proclamar que
aquí y ahora, en un país europeo estándar, cualquier decisión popular adoptada
en un proceso de votación inclusivo, libre e igual es democrática. Tal cosa no
es cierta salvo que aceptemos subvertir el sentido de lo que es la democracia y
llegar al absurdo de defender que sería perfectamente democrático, si se hace
por votación libre e igual, suprimir la democracia misma y establecer una
dictadura.
Por eso, pretender que el
referéndum catalán es democrático porque sí, porque votar lo es siempre, es una
afirmación falsa que desconoce lo que es la democracia actual. Aunque eso sí,
es un eslogan que queda bien. La sempiterna tentación por las ideas bonitas,
sencillas y directas que, desgraciadamente, son siempre incorrectas.”
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