Ya
sabemos que el mes de agosto es más propicio para noticias desenfadadas que
para grandes cuestiones de fondo; pero hoy vamos a hacer una excepción, sobre
todo porque pronto comenzará el nuevo curso político y hay que empezar a velar
las armas dialécticas para un otoño caliente, que al parecer es así como nos anuncia
y se espera.
No
hay cifras exactas, ni siquiera aproximadas, de cuántas personas tuvieron que
huir de las Vascongadas cuando su vida corría riesgo porque la banda criminal
nacionalista vasca quería hacer una auténtica “limpieza étnica” y todo mal
vasco (en su enfermiza definición), o se marchaba, o “se le marchaba” al
cementerio.
El
artículo que seguidamente les ponemos lo hemos obtenido de la edición impresa
de El Correo del pasado 11 de marzo de 2018, se titula “La lista negra”, y el
autor es el historiador Gaizka Fernandez Soldevilla, del Centro Memorial para
las Víctimas del Terrorismo, y dice así:
“No existen cálculos fiables de cuántas personas fueron
desterradas por ETA. Las cifras que se han manejado van desde 50.000 a 200.000
A principios
de 1978, tan solo unos meses después de que la Ley de Amnistía hubiese vaciado
las cárceles de presos de ETA, la rama militar de esta banda distribuyó varias
listas negras en Irún. Se señalaban los nombres de funcionarios municipales, un
arquitecto, un abogado, un conductor, un dentista, empresarios, un policía, un
militar retirado, jubilados… A cada uno se le acusaba de uno o varios
«crímenes»: ser «antivasco», «implicado [en] corrupciones», «delator al
servicio [de los] ‘txakurras’», «suegro de policía», «mujeriego», o miembro de
la extrema derecha, aunque también había un militante del PSOE. «A los enemigos
de nuestra Patria, Euskadi, hay que ir desenmascarándolos», se podía leer. «El
pueblo hará justicia y la aplicará con el rigor que se merecen». Para que no
hubiera duda, se indicaba la dirección postal y el teléfono de los amenazados.
Aquellos
ciudadanos se enfrentaron a una elección difícil: intentar rehacer su vida en
el exilio o arriesgarse a perderla. Bastantes optaron por lo primero. Sin
protección policial, el peligro al que se enfrentaban era demasiado grave. En
apenas diez años, ETA había asesinado a seis vecinos de Irún: el inspector de
la Brigada de Investigación Social Melitón Manzanas en agosto de 1968; los
trabajadores gallegos José Humberto Fouz, Jorge Juan García y Fernando Quiroga
en marzo de 1973; el policía municipal José María Díaz Fernández en noviembre
de 1977; y el concejal y kiosquero Julio Martínez Ezquerro en diciembre de ese
mismo año. No serían los últimos. Con el tiempo, ETA causaría otra veintena de
víctimas mortales en ese municipio.
Tengo delante
una de las listas negras que aparecieron en Irún en 1978. La ha donado al
archivo del Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo el coronel Fernando
Rodríguez Insausti, hijo de Francisco Rodríguez Muela. Su padre llevaba
viviendo en el pueblo desde 1940: ejercía de odontólogo, dirigía la Cruz Roja,
impartía cursos de primeros auxilios, era presidente del Casino y colaboraba
con la revista ‘Bidasoa’. Durante un tiempo, además, participó en la Comisión
Gestora del Ayuntamiento. Tenía 68 años cuando fue conminado a abandonar el
lugar, pero se negó. En agosto de 1980 ETA le envió un nuevo ultimátum. La
carta le daba un plazo de quince días para marcharse de Irún. «En nuestra etapa
de Planificación Intensiva para alejar de Euskadi a los elementos contrarios al
propio sentir del Pueblo Trabajador Vasco y contrarios a la Liberación
Nacional», ETA afirmaba contar con «amplios expedientes» sobre él y su mujer.
Francisco Rodríguez consultó con la Policía, que le recomendó mudarse. Los
agentes acompañaron a la familia hasta la estación del tren. Lo dejaron todo y
se instalaron en Madrid. Como tantas otras víctimas, carecieron de apoyo
institucional.
Lo sucedido
en Irún no fue una excepción. Antes y después de aquella fecha, hubo listas
negras en muchas poblaciones del País Vasco y Navarra. Un número indeterminado
de sus habitantes fueron amenazados de esta manera o por medio de pintadas,
llamadas por teléfono, ataques a su propiedad, balas en el buzón, etc. Junto a
sus familias, una parte tuvo que exiliarse. No existen cálculos fiables acerca
de cuántas personas fueron desterradas por ETA. Las cifras que se han manejado
hasta ahora son dispares: van desde 50.000 a más de 200.000.
A falta de un
trabajo riguroso sobre este tema, se pueden adelantar algunas ideas. Las listas
de 1978 estaban vinculadas a la campaña contra supuestos confidentes de la
Policía que ETA militar llevó a cabo durante la Transición. El 65% de las
víctimas de esta operación eran inmigrantes, a pesar de que la banda había
anunciado lo contrario. Según Florencio Domínguez, aunque «naturalmente, ETA no
ofreció esta explicación de forma expresa y ni siquiera lo insinúa, (…) es
difícil que las personas que tenían características sociales parecidas a este
nuevo grupo de víctimas no se sintieran aludidas por la nueva campaña de
intimidación».
La
antropóloga noruega Marianne Heiberg relató que durante su estancia en Elgueta
(1975-1977) se redactaron dos listas de colaboradores policiales, a los que se
suponía ETA iba a asesinar. En una de ellas había 33 personas, de las cuales 28
eran inmigrantes. No resulta sorprendente, por tanto, que solo una de las seis
primeras víctimas que ETA causó en Irún hubiese nacido en el País Vasco: el
donostiarra Melitón Manzanas. Lo mismo ocurría con los amenazados: la mayoría
procedía del resto de España.
Las listas
negras no solo contradicen el relato del ‘secular conflicto’, sino que ponen en
entredicho el intento de edulcorar nuestro pasado reciente. La sociedad vasca
no fue una víctima colectiva. Hubo víctimas, desde luego, pero tenían nombre y
apellidos. También los tenían los responsables de la tragedia: los miembros de
ETA y su red de chivatos. Se trató de compañeros de trabajo, vecinos, ‘amigos’
o incluso familiares que facilitaban a la banda información de posibles
objetivos. Desde la seguridad que les confería el anonimato, ejercieron de
cómplices del terror.
A estas alturas debería
estar clara la inmoralidad de sus acciones. Sin embargo, como recientemente ha
ocurrido en Andoain, todavía quedan quienes los reciben como héroes. Y quienes siguen mirando hacia otro lado. ¿No hemos aprendido nada?”.
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