La
decadencia de España
La mediocridad de nuestra clase política es un serio lastre
A veces no reparamos en las evidencias que nos
saltan a los ojos, es preciso que sean los demás quienes nos indiquen lo
evidente. Llevados por la inercia de los días no nos damos cuenta de que España
va mal. Retrocede, decae. Nos lo dicen los organismos internacionales, pero
seguimos sin creérnoslo. Muy al contrario, se nos quiere convencer de que de
esta «saldremos más fuertes», según reza la consigna de Iván Redondo. Y es
mentira. Dice la propaganda monclovita que tras la crisis del Covid-19 nos
espera un futuro «robusto» y es tan burdo el engaño que ni nos lo creemos ¿O
tal vez sí y ello explicaría la desidia y la resignación que reina en el país?
Dicen que el coronavirus tiene la culpa de todo, pero me temo que el virus tan
solo ha desvelado la profunda crisis que asuela a España. En efecto, sus
déficit estructurales eran ya visibles antes de la crisis sanitaria y ésta no
ha hecho más que agudizarlos.
La decadencia de España es notoria, pero
dentro de ella no lo es menos la de Euskadi por mucho que blasone sus
excelencias. El Covid-19 también ha puesto en evidencia nuestras miserias. Y
hablando de España, el primero de los fracasos es el de su vertebración
territorial. Comparto la visión de Juan Pablo Fusi, quien en una reciente
entrevista ha afirmado que «España tiene un grave problema, al margen de la
pandemia, como es la organización territorial y el desafío de los
nacionalismos». En efecto, la pandemia remitirá, llegarán las vacunas, pero los
nacionalismos vasco y catalán perdurarán con su incansable vampirización de
nuestras instituciones democráticas.
Pero, con ser importante la disfunción que
ejercen los nacionalismos, existen otros problemas políticos que inciden en el
deterioro institucional de España. No es el menor de ellos la mediocre calidad
de nuestra clase política. Hubo un tiempo, el inmediato a la transición
política, en el que las élites accedían a la política con una mochila cargada
de experiencia, capacidad y excelencia demostradas, que contrastan obscenamente
con la mediocridad de nuestros gobernantes actuales. Claro que hay excepciones,
pero la generalidad de nuestra clase política procede de los oscuros pasillos
partidarios donde han cooptado sin otro mérito que su lealtad al líder de
turno.
El problema de España son sus políticos que
ignoran cuanto es ajeno a su interés personal o partidario. El ejemplo palmario
de ello lo tenemos en nuestro actual presidente del Gobierno, que ha antepuesto
su ambición de poder personal al interés general de los ciudadanos. ¿Cómo
explicar si no su opción obstinada y preferente por un Gobierno débil y
minoritario que debe su proclamación a quienes tienen por último objetivo la
ruina de España? ¿Cómo concebir una estabilidad real del Gobierno cuando desde
su interior se ataca a las demás instituciones del Estado –Judicatura y
Monarquía– con grave daño para su prestigio y función? Los rotos
institucionales producidos por Unidas Podemos con la anuencia del PSOE al
hablar de un Estado constituyente son una rémora que impide una acción de
Gobierno racional y ponderada. Un Gobierno que dedica sus mejores esfuerzos a
solapar sus errores y camuflar sus fracasos mediante la propaganda no puede
menos que provocar el desbarajuste actual.
La decadencia de España tiene en la economía y
en la educación sus otras facetas descarnadas. La OCDE nos sitúa a la cabeza de
la caída del PIB y la UE constata nuestro retraso al situarnos en la cola de
los países en la recuperación económica. Entre los rankings que encabezamos
está el más triste de todos, que nos sitúa a la cabeza del mayor porcentaje de
muertos por causa del Covid19. Del desastre educativo tan solo mencionaré las
sucesivas actas levantadas por los organismos internacionales que como Pisa dan
fe del funesto fracaso de nuestro sistema educativo ¿Qué futuro espera a un
país que año tras año fracasa en su empeño por alcanzar no ya la excelencia,
sino el término medio del entorno mundial?
El actual Gobierno de España cumple con todos
los estereotipos de lo que Félix Ovejero señaló como propios de la «izquierda
reaccionaria». Y a fe que lo es si nos fijamos en sus resultados. Su incapacidad
de confeccionar unos Presupuestos solventes y asumibles por la UE puede
significar el final de su recorrido.
Los problemas de España, sin embargo, no son
solo imputables al actual Gobierno. La deriva decadente se inició con un
funesto Aznar que nos llevó a la guerra de Irak y siguió con la presidencia del
‘panglosiano’ Zapatero, que tuvo en Rajoy su digna continuidad tántrica. La
cuestión es que durante dos décadas España ha perdido gran parte de su
reputación internacional y ha exasperado a los españoles, que se merecían otros
horizontes.
La decadencia de España tiene como principal
responsable a la clase política y al perverso sistema de su cooptación. Ya
nadie habla de regeneración y todos se afanan en conservar su cuota de
privilegios y la seguridad de sus sueldos. ¿Cómo va a funcionar un país si en
medio del tan previsible como terrible rebrote de la pandemia su clase política
se va de vacaciones? Al regresar bronceados y risueños tan solo se limitan a
lavarse las manos, mientras culpan a la ciudadanía de irresponsable ¿Será
posible? Lo es.
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