Frases que tienen su aquel ...

“El nacionalismo es completamente anti-histórico.

Es una regresión a la forma más primitiva, cavernaria”,

Mario Vargas Llosa (XL Semanal nº 1.479, 28-02-2016)

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sábado, 4 de agosto de 2018

“Hay una cripta en Bilbao”, by J. M. Ruiz Soroa

Ya en vacaciones para el común de quienes semos “currantes” por cuenta ajena, es momento propicio para releer libros o artículos de especial interés que hayan caído en desaprovechamiento producto de la vorágine laboral en los momentos de trabajo intenso.
El artículo que vamos a reproducir seguidamente (bajo el titular que también ponemos aquí arriba), procede de El Correo del 4 de enero de este año (hoy es cumple-mes). Nos gustó su contenido, incluso nos pareció necesario, porque la “memoria histórica” no es unilateral, no solo hay que recordar los horrores y los errores de uno de los bandos, también es preciso que los del otro no se olviden.
Así que, sin más preámbulos, va: 

Hay una cripta en Bilbao

El 4 de enero de 1937 se produjo la matanza de personas que estaban presas en las cárceles de Begoña, y que fueron asesinadas por unas masas sedientas de venganza

Mejor dicho, está en Derio, en la entrada misma del cementerio municipal bilbaíno, normalmente cerrada al público, sin ninguna seña de identificación sobre su contenido y bastante abandonada en su conservación. La inscripción del dintel es particularmente sosa y anodina, por lo menos a primera lectura: «Bilbaínos / silencio y oración / honran el ejemplo /ayudan a la imitación». Hay en ella 340 nichos, aunque solo están repletos 321.
Gran número los ocupan los restos de 154 de las víctimas de los salvajes asaltos a las cárceles de Begoña del 4 de enero de 1937, perpetrados por unas masas sedientas de venganza («inmigrantes no vascos», se solía decir por los abertzales) y por el batallón de milicianos socialistas num. 7 de la UGT (el batallón ‘Asturias’) enviado allí para proteger a los encarcelados, pero que se sumó con entusiasmo a la matanza y al pillaje. Más de 225 personas, desde niños a ancianos, desde campesinos a financieros, desde tradicionalistas a monárquicos, encarcelados solo por sus ideas o su clase social, murieron en la mayor matanza humana que en su larga historia ha registrado la villa. Muchos eran bilbaínos, pero también fueron allí asesinados muchos guipuzcoanos trasladados por el Bizkargi Mendi antes de caer San Sebastián en manos franquistas. Y alaveses de Amurrio, Llodio y Baranbio recluidos por su ideario político. El lehendakari Aguirre, en gesto que honra al nacionalismo, pidió perdón en 1956 por esa matanza de la que el Gobierno vasco fue culpable –dijo– «por imprevisión y por inacción». Otros nunca se han sentido concernidos por la actuación de sus militantes. Una calle de Bilbao llevó hasta 1980 el apelativo de ‘4 de enero’ para recordar el significado de esa fecha. Luego ya, hoy, es la calle ‘Sorkunde’.
Otra parte, 96 nichos, están ocupados por los restos de los masacrados en los barcos prisión ‘Cabo Quilares’ y ‘Altuna Mendi’ desde agosto a octubre de 1936, asesinados bien por sus carceleros caprichosos de forma selectiva, bien en masa por las partidas de ciudadanos o milicianos sedientos de venganza tras un bombardeo. El obispo de Dax monseñor Mathieu, que visitó los barcos, lo describió con concisión terrible: «en los pudrideros de la ría de Bilbao, 3.000 rehenes esperan su libertad o la muerte». Para más del décimo, fue la muerte.
También están los restos de 56 personas asesinadas, paseadas, ejecutadas o simplemente víctimas de la represión republicana sobre aquella parte de la población sospechosa por sus ideas, su pasado o simplemente su fortuna. No están en cambio los 22 vecinos carlistas de Durango sacados de la cárcel el 25 de septiembre de 1936 por los milicianos del batallón ‘Rusia’ de las Juventudes Socialistas y fusilados en el cementerio sin juicio en represalia por el bombardeo de aquel día.
El lehendakari Urkullu, con palabras que también le honran, declaraba hace un año que los asesinados de las cárceles eran también víctimas injustas y, también, que tenían derecho a la memoria en una sociedad que se dice democrática. Esa memoria que les fue negada en la transición de los setenta y ochenta porque, con mezquino argumento, se dijo por los políticos de la mayoría que «esos muertos ya habían gozado de cuarenta años de conmemoración por el régimen franquista, ahora era el turno de los otros». Lamentable, pero cierto, en 1980 había muertos del lado bueno y otros del lado equivocado. Sucede, sin embargo, que, incluso aceptando la mezquindad, de nuevo han pasado otros cuarenta años, se ha cumplido ya el plazo de ocultación y destierro, de nuevo están ahí en esa cripta vergonzante reclamando que se ponga nombre y contexto a su masacre. Por lo menos, el mismo nombre y relato de injusticia que se pone por doquier a los del otro bando por «una memoria caprichosa, victimista, interesada, autocomplaciente y muy arrimada a lo políticamente correcto», escribió Carmelo Landa Montenegro hace años.
La nota más característica (y también la más exigente) de una memoria democrática es la su pluralismo inclusivo. En ella no puede ya practicarse la selectividad mnemotécnica que practicó el régimen anterior, precisamente porque se reclama como la memoria no sectaria. Hubo muertos inocentes, muchos, en ambos bandos. Lo cual es lógico que sucediera porque el País Vasco no fue invadido por una raza de extraterrestres, sino que resultó escindido en una Guerra Civil; gran parte de la sociedad simpatizaba con los rebelados, guste o no reconocerlo a la memoria actual, y fue masacrada por el simple de hecho de poseer esas simpatías o porque se sospechaba que las tenía. Y hay que recordarla; no hace falta llamarlo ‘genocidio’, ni ‘crimen de guerra’, ni ‘atentado de lesa humanidad’, basta con llamarlo ‘hecho injusto’.
Hora es de que el Ayuntamiento de la villa olvide todo partidismo sectario y convierta en un ‘lugar de memoria’ la cripta de Derio, la adecente, la enmarque en un relato de su significado, y la ennoblezca con el recuerdo desde la distancia de lo que fue horrible y seguirá siéndolo siempre. La historia de la villa debe tener también su hito para la vergüenza por lo que pasó aquel día en Larrinaga, Ángeles Custodios, Casa Galera y El Carmelo. No eran extraterrestres, eran personas”.

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