El
Correo, de Bilbao, publicó el pasado 23 de junio de 2020 el artículo que seguidamente
reproducimos. Se podrá decir más alto, pero no más educadamente, ni con mayor claridad:
“Democracia en tiempos fieros
Democracia intermitente no es democracia. Por eso la
democracia no puede ponerse en cuarentena, aunque en tiempos fieros, sean de
guerra o de epidemia, haya de adaptarse al medio. En nuestros días el poder no
solo se legitima por su origen democrático; se le exige, además, eficacia. La
responsabilidad que recae sobre él es tan inabarcable como su misión. ¿Cómo
conjugar democracia y eficacia en tiempos duros, cuando es necesario hacer
cirugía? La cuestión estriba en determinar las condiciones del ejercicio del
poder en ese marco excepcional. Puede ayudar a encarar el dilema recordar
algunas ideas muy básicas sobre el significado de la democracia.
El presidente Lincoln, en el Cementerio de Gettysburg
(Pensilvania), noviembre de 1863, avanzada la Guerra de Secesión (18611865),
habló apenas tres minutos. Lo hizo como ‘telonero’ de otro orador, pero su
discurso es el que ha devenido inmortal. En la batalla de Gettysburg habían
perdido la vida muchos hombres. Lincoln se refirió a la deuda que la nación
había contraído con ellos: «Declaro aquí solemnemente que estos muertos no han
perecido en vano, que esta nación, Dios mediante, verá renacer la libertad y
que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo no desaparecerá de
la faz de la Tierra».
Estas palabras se pronunciaron en un clima de desolación,
sacrificio y muerte. El ‘medio’ presenta analogías con el de la vigente
pandemia. Como ocurre con los ‘concentrados expresivos’, la interpretación de
la fórmula «gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo» plantea
dificultades. ¿Qué quiso decir Lincoln con ella? Fuera lo que fuese, sirve de
guía para intentar un análisis de las condiciones de la democracia. Las
preposiciones ‘de’, ‘por’ y ‘para’, referidas al gobierno y al pueblo, definen
condiciones y, si no se dan todas ellas, no hay democracia.
a) Gobierno DEL pueblo alude al origen; expresa de dónde
procede el poder: ‘del’ pueblo, lo que inmediatamente evoca elecciones libres,
limpias y participativas. Pero uno intuye que el sistema no acaba de atraer a
los más aptos. Ya por falta de incentivos, ya por la existencia de
contraincentivos (la mala opinión que se tiene de los políticos, los costes de
oportunidad para los más capaces), podría resultar que se abandonara el campo a
aventureros irresponsables. El sistema no garantiza la mejor selección de la
especie. Frente a estos riesgos existe, creo, un jarabe eficaz: el sentido de
la responsabilidad individual, que solo lo procura una buena educación
política… y general. La democracia no se regala: se gana y se mantiene cuando
se merece.
b) Gobierno POR el pueblo. El gobernante,
democráticamente elegido, ejerce el poder en nombre del pueblo. Es su
fiduciario, su ‘instrumento’ (con perdón) de confianza. Por eso, aunque goce de
pedigrí democrático por su elección, la democracia quiebra cuando gobierna un
‘yo soy el Estado’. Populismo no es democracia. El populista ‘maneja’ al pueblo
y en la democracia el pueblo manda. Los regímenes populistas están encabezados
por un tirano zalamero, que goza, no de autoridad, sino que es mentiroso y/o
brutal. Su liderazgo no se funda en el verdadero carisma. Carisma es cuando los
demás te reconocen el mérito. Tiranía cuando solo te lo reconoces tú mismo y
entonces te haces un todo-yo y un solo-yo.
La perturbación del funcionamiento de la Justicia, la
falta de transparencia, el engaño como método, el abuso de poder, la
arbitrariedad y la corrupción son los enemigos mortales del ‘gobierno por el
pueblo’. La democracia es más que procedimientos; consiste también en valores
materiales.
c) Gobierno PARA el pueblo hace referencia a la
orientación del poder: a qué se dirige la acción del gobierno. En democracia
debe dirigirse a servir, con eficacia y acierto, los intereses generales,
fórmula que repiten las constituciones democráticas y los discursos, que no
necesariamente las obras, de los gobernantes. Traicionan este objetivo
democrático aquellas estrategias que, preñadas de cortoplacismo, tienden a
hacer cautivo, repartiendo abalorios (y no solo abalorios), el voto de apoyo
que permite el varamiento en el poder.
¿Qué puede contribuir a realizar el gobierno del, por y
para el pueblo? ¿Modificar la constitución política, densificando el aparato
institucional del Estado con un nuevo artefacto, más allá del Tribunal
Constitucional: el Guardián de la Democracia? Ello obliga a plantear la
consabida pregunta: ¿quién controlará al Guardián? ¿Ponemos por encima de él
otro órgano de control, una Torre de Babel de supervisores? La receta sigue
siendo fomentar el sentido de la responsabilidad. Esta es la clave de bóveda
del edificio democrático. ¿Fórmula vaga? Propuso un jurista brasileño al que se
consultó sobre la reforma de la Constitución: «Artículo único: todo brasileño
está obligado a tener vergüenza». Bueno, vergüenza o sentido de la responsabilidad.
Pero promover ese sentido no es cosa fácil. Si los
medios de comunicación actúan informando también responsablemente (su gran
función social), si abandonan la tentación de ser media-cracia y las
inclinaciones manipuladoras, existirá una posibilidad de vencer la mediocridad
y atraer a líderes competentes y honestos al tremendo y dignísimo servicio de
la política. Urge hacerlo.”.
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