Frases que tienen su aquel ...

“El nacionalismo es completamente anti-histórico.

Es una regresión a la forma más primitiva, cavernaria”,

Mario Vargas Llosa (XL Semanal nº 1.479, 28-02-2016)

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domingo, 16 de agosto de 2020

El fantasmón, chulo e intolerante, talibán, que fue el tal Julio Anguita

En verano conviene no alejarse demasiado de lo que han sido noticias y análisis de interés durante el curso político precedente; de indudable interés fue el artículo de Antonio Elorza, a cuyo nombre El Correo añadió la indicación de que “fue fundador de Izquierda Unidad en 1986”, tras el fallecimiento de Julio Anguita, que no era un “califa” de andar por casa, sino un “talibán” de tomo y lomo.
Aunque en España es tradicional “ablandar” críticas, por muy justas y razonables que sean, cuando alguien pass away (pasa a mejor vida). Pero Elorza no es asín, y no se anda con chiquitas.
Su artículo en El Correo del lunes 19 de mayo de 2020 decía lo siguiente:

Julio Anguita: la profecía

La muerte de Julio Anguita ha suscitado una amplia atención tanto por lo que representó en la política de fin de siglo como por su singular personalidad. Tal vez la necrología más adecuada para entender su fuerza de atracción sea la escrita por Alberto Garzón, al destacar con emotividad el conjunto de valores que apreciaron en él sus correligionarios y los motivos que les llevaron a imitar reverencialmente su línea política.
No les hacía falta contrastar la validez de sus juicios y posiciones, siempre rotundos, para proclamar que en su persona y en su palabra residían la ética y la verdad. Los discípulos vieron en Anguita a un profeta, y es que él se creía verdaderamente un profeta, y como tal actuaba y hablaba. Estamos en un terreno estrictamente religioso, según acaba de subrayar el más destacado, Pablo Iglesias: «Nos marcaste un camino que algunos quisimos seguir...».
La primera autobiografía de Anguita, ‘El tiempo y la memoria’, de 2006, no aporta datos sobre la política desarrollada en el ejercicio de sus cargos, y menos para entender los momentos más discutibles con la aplicación del criterio de las «dos orillas», el renovado «clase contra clase» de los años 30 que tanto favoreció al PP en detrimento del PSOE. Tanto en las páginas del libro como en las múltiples intervenciones, destaca siempre la voluntad de resaltar su propio personaje, remachando los aciertos y descalificando a los adversarios. Al disentir de sus ideas, un intelectual se convertía en «caso emblemático» de quienes «traicionaron su pensamiento, de los que se vendieron». ¿A quien? No importa.
Anguita contó con las bazas de una acertada presentación de su figura, ser un excelente orador y un imbatible polemista, ya que siempre encontraba una palabra o un dato –verdadero o falso, no importa– para desarmar al adversario. Basta con ir a YouTube para apreciar sus increíbles defensas de Cuba o la URSS. Para salvar lo insalvable, acude a aceptar la presencia de «errores», siempre sin determinar. Todo era según el color del cristal con que él lo miraba, y en esto Iglesias es su mejor discípulo.
El momento más alto de autoestima se encuentra en sus memorias, cuando relata cómo de niño vio pasar a Franco: «¡Si Franco llega a saber en qué se convierte ese niño!», comenta, «¿habría dejado pasar la ocasión de rendir homenaje a Herodes?».
Tal grado de seguridad en sí mismo le resultó útil para encabezar el ascenso de PCE e IU entre 1988 y 1996. Izquierda Unida estaba ya formada desde 1986, al calor del referéndum antiOTAN, y no tardó en contar con el viento en popa de las movilizaciones sindicales contra el Gobierno del PSOE, a partir de la huelga general de l988, justo cuando Anguita toma el mando. Hasta que las «dos orillas» hicieron ver el coste de su autosuficiencia.
El estilo combativo y la capacidad de comunicación de Anguita, su imagen personal de honestidad, habían encajado a la perfección en la coyuntura alcista. Fue entonces un líder muy eficaz. Carismático de vocación. Solo que a partir de la victoria de Aznar sobre el PSOE en 1996, el aislamiento intransigente se reveló un callejón sin salida. Pero su prestigio político quedó a salvo con la desgracia del segundo infarto. Le quedó el papel de profeta desarmado, sosteniendo el hilo rojo de que habla Garzón.
Una y otra vez se ha dicho que Anguita fue un «hombre de principios» Pero sus principios no son los ‘Grundlagen’ de Marx, bases teóricas, sino unos postulados que rigen y legitiman la acción. En sus propias palabras, el anticapitalismo y su complemento, la negación de lo existente, lo cual supone rechazar la vigente realidad económica y política, sin la exigencia de analizarla. Basta con proyectar sobre los hechos los esquemas derivados del postulado esencial para configurar un discurso dualista, con el comunismo como polo positivo y toda otra posición, en negativo. Los argumentos se encontrarán luego. Y el peor enemigo es el que introduce matices o habla de reformas: por eso fue el PCI su chivo expiatorio, reo ante la historia.
Las teorías de Marx, Gramsci, Rosa de Luxemburgo (sic), se convierten en pura referencia simbólica. Con denunciar a los traidores al dogma y propugnar la destrucción del capitalismo, reseñar sus males y anunciar una «alternativa», Anguita completaba su verdadero «programa» revolucionario. Doy fe.
¿Acertó Anguita como profeta? Paradójicamente, la ausencia de análisis concretos, y el rechazo de temas incómodos –como Cuba, Venezuela, la URSS–, favorecían una supervivencia comunista cuando la gran ilusión soviética se había desvanecido. Y ya en este nuevo siglo, piensa mal y acertarás. Con un anticapitalismo primario es suficiente. Pablo Iglesias está ahí para recoger el testigo.

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