Frases que tienen su aquel ...

“El nacionalismo es completamente anti-histórico.

Es una regresión a la forma más primitiva, cavernaria”,

Mario Vargas Llosa (XL Semanal nº 1.479, 28-02-2016)

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martes, 27 de agosto de 2013

En Bilbao, en Pozas, uno de los bares más simples, más simpáticos y más veteranos de la Villa

Los que en alguna época de nuestra vida estudiantil hemos tenido algo que ver con el "insti", conocemos la bodeguilla de la imagen, unos más y otros menos, más los que más tiempo anduvieron por aquellas aulas, más los peores estudiantes ... pero algo, todos.
Esta pasada primavera, el 20 de mayo, Jon Uriarte, en su sección de El Correo, titulada "Bilbainos con diptongo", dedicó a esta popular bodeguilla una interesante crónica, digna de ser repasada en estos días de asueto veraniego. Se la ponemos completa a continuación (por si falla el enlace):
"En busca del templo sin nombre
Quien no haya estado nunca ya está tardando. Porque es a la hostelería lo que las cuevas de Santimamiñe al caserío. El origen. Un templo del placer sin aditivos. Lo regentan Ione y Marian Vallejo. Dos hermanas y un destino. Mantener el legado. La bodeguilla de Pozas. Uno de esos lugares que han visto crecer a varias generaciones. A veces, sin entrar. Bastaba con pasar por delante. Verla reconforta. «Te veo nostálgico», me decía una amiga hace poco. Es cierto. Bilbao ofrece argumentos para hablar de novedades y modernidad. Pero de vez en cuando, a la vuelta de una esquina o al fondo de una calle, asoma el ayer y esa dama llamada nostalgia te pellizca el corazón. Algo de eso sucedió cuando José Mari Amantes me contó que este año el premio al ‘Paraje bilbaíno’, galardón al comercio botxero que haya mantenido su actividad original durante más de medio siglo, recaía en este singular local.
Lo montaron el padre de las Vallejo y sus tíos. Fue en el año cuarenta, cuando vinieron de Calahorra. Pero el desembarco no fue en el lugar actual, sino enfrente. En General Concha. Una casa de dos pisos que compartían con Bicicletas Ezkerra y una tienda de plátanos. Y tal torre de Babel comercial convivió hasta que un día se quemó y pasaron al 3 de Licenciado Poza. Abrieron el 2 de enero de 1950. Con una peculiaridad. Jamás tuvo nombre. Ni en Concha, ni en Pozas. «Le llamaban ‘El palas’, porque parecía un palacio con puerta de cristal y sin techo. Sólo había un toldo y cuando llovía se mojaba la clientela». Al escuchar a Ione resulta evidente que lo repite desde niña. «También nos conocen como La bodeguilla del porroncillo, la de Pozas… pero seguimos sin nombre, ni cartel».
De hecho, no han cambiado en estos años. «Seguimos con el mismo mostrador de formica, con sus desgastes en las zonas donde más se trabaja». La descripción es perfecta. Tanto que, pese a estar muy lejos, puedo ver el lugar. Con sus barricas con carteles que antaño anunciaban producto y ahora acogen refranes. Y también me llegan sus olores. Porrón de clarete, cacahuetes y bocata de bonito con anchoa y divisa. «Son nuestros productos y nunca los cambiaremos». Tampoco ciertas liturgias. Como preparar los bocadillos. Si entran en la bodeguilla y giran a la derecha, los encontrarán. No esperen ver una montaña. «Se preparan al momento». Bonito de lata de Motriko, buen pan y el arte familiar. Llegados a este punto, pregunto por alguien que preparó muchos bocatas en nuestros tiempos de estudiantes. «Era mi primo Claudio. Ya falleció. Ahora soy yo quien los prepara y mi hermana lleva la barra». Es lo que tienen los negocios familiares. En cada esquina tienes un nombre y un recuerdo. Compraron otra en Fernández del Campo, pero desapareció.
Aunque las hermanas Vallejo prefieren que subraye el mayor valor del lugar. La clientela. Siempre cobijó y cobija a una parroquia de lo más variada. «Desde antaño ha sido un aula más del Instituto Central y de la Escuela de Empresariales. Muchos de ellos han hecho la carrera aquí». Al recordarlo, Ione se ríe, sabiendo que no exagera. «Uno de nuestros míticos clientes era Floren, el bedel de Empresariales». Algunos siguen peregrinando al lugar. «La clientela es muy fiel. Hay uno que se llama Emilio Delgado. Viene todos los días, desde niño». Pero hay más. «Llegan turistas que nos han descubierto en revistas como un lugar diferente y entran con el papel en la mano». Cansados de elegantes pero falsos decorados, buscan algo auténtico. Como este templo sin nombre ni adornos. «No tenemos ni tele, ni hilo musical. Aquí se viene a beber, a comer y a hablar». Ante tal sentencia sólo queda acercarse hasta allí y compartir porrón, bocata y momentos sobre un manto de cáscaras. Las de unos cacahuetes que ponen sintonía a las mañanas, tardes y noches de este rincón del botxo. No será el más lujoso, ni el más grande, ni el más famoso. Pero nadie puede negar que es un palacio. Al menos, quienes lo visitan se sienten como reyes."

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