El Correo de Bilbao dedicó hace unos días un largo reportaje
(págs. 37 y 38 del domingo 21 de julio, edición impresa) a analizar, con las
aportaciones de cuatro expertos, de tres disciplinas distintas, en qué han
podido cambiar las cosas desde que hace año y medio la banda criminal nacionalista
vasca anunció el cese de su violencia asesina (aunque mantiene intacto su
arsenal de armas y explosivos), con la vista puesta en cómo abordar un futuro
de convivencia sin crímenes nacionalistas.
El trabajo merece la pena leerlo con detalle (les ponemos un
enlace a través de la “Fundación para la Libertad”, pinchando aquí encima),
porque vuelve a dar las claves de lo que necesariamente va a ser un periodo
largo para la superación de todas las secuelas psicológicas de más de medio
siglo de criminalidad; en alguna ocasión había hablado aquí de que se necesitarán
dos generaciones sin crímenes ni violencia nacionalista para alcanzar la normalidad
(y lo decíamos porque ese era el criterio también de expertos), es decir, sólo
los hijos de los hijos de la primera generación sin actividad terrorista
estarán definitivamente libres de esa pesada losa, sólo con ellos se podrá
considerar que ese penoso pasado nuestro (¡que aún es presente!) habrá dejado
de existir y no habrá riesgo de que vuelva.
La única novedad del reportaje que citamos, es que amplía el
periodo de dos a tres generaciones.
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