En alguna que otra ocasión hemos puesto en este blog la imagen que hoy nuevamente repetimos; viene a cuento el día de Reyes (de los Reyes Magos de Oriente, no los que viven en La Zarzuela) porque el 30 de diciembre leímos en "El Correo", un interesante artículo de Maite Pagazaurtundúa, titulado "Relato", que dice lo siguiente:
"Por
unos 500 euros se puede adquirir la obra completa de José Miguel de
Barandiarán, publicada en 1972. El envío de los veintidós volúmenes corre por
cuenta del vendedor. Los ecos de la obra de aita Barandiarán se popularizaron
entre la gente sencilla y es que la mitología se alzó como una verdadera moda
en aquellos tiempos en los que el franquismo declinaba. Se editaron decenas de
libros, adaptados a partir de aquellos relatos recogidos de la boca de sus
últimos narradores orales.
Uno
de los personajes que poblaban los relatos que el padre Barandiarán había
recogido era Olentzero. Según la zona, era un hombre perverso o no, entroncaba
con las leyendas de los gentiles en el periodo confuso de la cristianización o
no... Lo que no habría podido imaginar el venerable sacerdote es que Olentzero
se convertiría en el único ser vivo y mutante de cuantos poblaban la
variabilísima mitología considerada como privativa de los vascos. Alguien dirá
que la mutante era Mari. Sí, claro que Mari era un ser mutante, pero la
poderosísima Mari se perdió en la niebla. Sólo Olentzero vive entre nosotros
aunque convenientemente ‘papanoelizado’ e infantilizado.
En
1972, una parte minoritaria de los escolares vascos estudiaba en ikastolas.
Iban ayudando a naturalizar la costumbre de cantar vestidos de caseros y
caseras para recoger una especie de aguinaldo, en adaptación ligera de una de
las múltiples tradiciones atribuidas al personaje Olentzero. Comenzaba a
‘papanoelizarse’, pero poco. Más adelante llegaría, por ejemplo, el Olentzero
entre rejas de los partidarios de los etarras que cumplían condena, y así. En
Hernani, esa vanguardia, fueron apareciendo carteles que tildaban a los Reyes
Magos como imperialistas y campañas en contra de sus cabalgatas.
No
está suficientemente fechada la última mutación de Olentzero. Sigue apareciendo
vestido como un casero del siglo XX, pero le ha nacido una acompañante con un
tocado de hace varios siglos. Mari Domingi (¿Dominguín? ¿Domínguez?) era una
mera referencia en un villancico y, por política de género teorizada en alguna
cuadrilla vasca, está explorando su lugar entre nosotras y nosotros. El
Ayuntamiento donostiarra publica que «el Olentzero y Mari Domingi, cada año, el
día 24 de diciembre vienen a San Sebastián para dejar regalos». En Hernani,
siempre en vanguardia, ya visita sola las aulas. Olentzero tiembla.
El espíritu del poder es difuso, pero teje y desteje la
narración. Sin ser nada partidaria de las tesis de Jesús Eguiguren, hay que
reconocer que conoce el paño cuando –hablando de la difícil asimilación del
terror de ETA– dice aquello de que «si haces un relato oficial va a ser
mentira». Y tanto."
(Sepa el lector que los subrayados con letra negrita son nuestros).
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