La
expresión “puertas giratorias” (revolving doors) es de ignorado origen
(al menos para quien escribe este post), pero es tan vieja como el mundo, ahora bien, tenemos por seguro que no está perfectamente bien
definido, para la mayoría de los ciudadanos, el contorno o el contenido material de la expresión, así que nos ha parecido de
interés reproducir seguidamente el artículo que publicó en El Correo de este pasado
lunes Juan Carlos Viloria, que dice así:
“Puertas giratorias”
“En
política las puertas giratorias circulan en las dos direcciones. De dentro
afuera y de fuera adentro. Políticos destronados de sus escaños aterrizan en
flamantes consejos de administración, y aficionados a la oratoria barata que
nunca han hecho nada de fuste se suben a una lista y del partido saltan a un
cargo en la administración. En ambos supuestos se trata de un problema no menor
para la calidad de la democracia. Si a un exministro lo ficha una empresa
privada con su agenda de contactos en la administración bien actualizada; con
los planos del tesoro (proyectos de energía, infraestructuras, fusiones financieras,
objetivos de desarrollo) pasados a limpio; y con detalles sobre los atajos para
andar más rápido en la administración se convierte en un caso de información
privilegiada ambulante. Si en el consejo de administración de esa empresa se
plantea un proyecto en el que entran en colisión los intereses generales y los
particulares es bastante probable que el ex se incline hacia quien le paga. La
ausencia en España de una regulación de la actividad de lobby ofrece un terreno
de ilimitadas posibilidades al borde de la ley para los que saltan de la
administración a la empresa privada. Eso hace más frágil la democracia
generando espacios de sombra al tráfico de influencias y al abuso de posición
dominante. Pero la puerta giratoria de entrada es tan preocupante o más que la
de salida.
El
atractivo de un buen sueldo, influencia política y cuota de poder llevan a los
órganos ejecutivos una porción de oportunistas, arribistas, aventureros y,
sobre todo, indigentes intelectuales, que operan como los zánganos en la colmena
de la democracia. Porque si para entrar en el circuito privilegiado de la
política hay que vender humo, prometer lo imposible, engañar al electorado, y
sustituir el trabajo duro por el 'agitprop', no hay duda de que se hará. Con la
crisis económica ese problema se ha agudizado y amenaza rebajar aún más el
nivel medio de la clase política de este país que desde los grandes líderes de
la Transición no ha hecho más que menguar. No es fácil resolver el problema
porque si somos extremadamente estrictos en regular la vuelta de los políticos
a la vida privada, el talento se quedará fuera y llenaremos las instituciones
de holgazanes que nunca querrán salir y harán de ellas su propia empresa. Ya
ocurre que muchos empezaron de concejales en sus pueblos y ahora están a punto
de jubilarse en el Senado. Pero estoy convencido de que la solución no son
exclusivamente los reglamentos de incompatibilidad y limitación de mandatos o
ampliación de plazos para trabajar en la privada.
A la política hay que ir
a perder dinero, a perder oportunidades, a quedar rezagado en la carrera del
éxito profesional. Y es preciso evitar que los partidos se conviertan en
oficinas de empleo sin control de los votantes. Listas abiertas ya.”
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