Un lector nos remite, e invita a publicar, la siguiente reseña que, nos dice, ha tomado de Diario Médico de 22 de octubre, pág. 2, y de la que es autor José Ramón Zárate, Subdirector de la publicación:
El angustioso anhelo de perpetuar la felicidad
Es de suponer que el I Congreso de la Felicidad celebrado esta semana en Madrid acabó entre brindis, vítores y canciones. No sería para menos. Entre otras ideas se insistió en que la felicidad es no es un estado sino actitud. No hay más recordar los felices leprosos de la Ciudad de la alegría de Dominique Lapierre. Es una disposición interior que además resulta saludable. Estudios periódicos repiten la importancia de del optimismo para el sistema inmune, el postoperatorio y la longevidad. Por lo general, en las encuestas la gente tiende a declarase feliz pero casi nunca de modo pleno. Los filósofos distinguen entre placer, bienestar, alegría y felicidad. Cuatro escalones que suben de la materia al espíritu, del cuerpo al alma. Anhelamos continuamente la felicidad en medio de los sinsabores de la vida y la saboreamos con intensidad en contadas ocasiones. Pero en el deseo de perpetuarla se interpone la angustia vital de nuestro fin, el sabernos perecederos. La frontera de la muerte es un aguafiestas que frustra esas aspiraciones nunca colmadas. Salvo que haya algo más allá de la muerte.
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