Frases que tienen su aquel ...

“El nacionalismo es completamente anti-histórico.

Es una regresión a la forma más primitiva, cavernaria”,

Mario Vargas Llosa (XL Semanal nº 1.479, 28-02-2016)

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domingo, 27 de diciembre de 2015

La manipulación NaCi de la sociedad vasca llega hasta las fiestas de Navidad

No siempre es fácil resumir en un artículo de prensa el recorrido de la manipulación nacionalista de la historia vasca, seguidamente va un magnífico ejemplo, que tienen en El Correo del pasado día de Nochebuena. Va:
 Me entero por el Teleberri de EiTB de la llegada de Olentzero y Mari Domingi a la villa labortana de Anglet. Hoy los tendremos aquí. El Olentzero tripón, rústico, bonachón y algo borrachín, es un viejo conocido de nuestra niñez, que rememora al héroe báquico de nuestra mitología. Era Olentzero quien con sus capones, huevos y odre de vino anticipaba la Navidad. Es un genio de origen algo confuso, que algunos mitólogos sitúan en la época previa a la cristiandad. Otros lo han identificado con el mito de Kixmi. Hay quien ve en él al solitario genio que habita el bosque recóndito, pero es muy posible que se trate de un personaje descolgado del antiguo carnaval que se celebraba, coincidiendo con el solsticio de invierno o, tal vez, se trate de un vestigio de las antiguas celebraciones jánicas que se celebraban en el entorno del final y el inicio del año, todavía perceptibles en el folklore navarro.
Olentzero es un personaje oriundo del norte de Navarra, aunque existen referencias suyas en algunas localidades guipuzcoanas, situadas en el límite con el Viejo Reino. Actualmente es un personaje conocido y celebrado en el conjunto del País Vasco. Olentzero ha desplazado a los Reyes Magos y ahora es él quien recibe las cartas de los niños en demanda de juguetes y regalos. Nada nuevo hasta aquí, salvo el gradual deslizamiento de las tradiciones navideñas del ámbito cristiano a otro secular. Es el signo de los tiempos y con Olentzero nos homologamos a quienes tienen en Papa Noel o en Santa Claus el icono navideño por excelencia. La novedad proviene de la reciente invención de una tradición, que lo empareja con una tal Mari Domingi, que de ser alguien mencionado en un villancico ha pasado a ser la novia, compañera o no se sabe muy bien qué, del supuesto mutilzarra y solterón que era nuestro entrañable personaje.
Mari Domingi viste de época; su indumentaria nos retrotrae al siglo XVI y luce un tocado que termina en un cuerno curvado de claras resonancias fálicas. Del personaje de Mari Domingi no existe ninguna referencia ni en la mitología ni en la tradición vasca. Es pura invención, creada al objeto de igualar y neutralizar el supuesto machismo que adornaba la figura de Olentzero. Exigencias de una ideología de género tan estúpida como talibán. Pero lo grave, si lo es, no lo es tanto el revisionismo histórico, que supone corregir la tradición de una figura mítica con pedigrí, sino la pretensión de fijar la memoria según una ideología políticamente correcta. Nietzsche consideró el amor fati como la capacidad de asumir la historia sin revisarla, formuló el respeto a lo que hemos sido, como la exigencia de asumir lo que fuimos: «Mi fórmula para expresar la grandeza en el ser humano es el amor fati: no querer que nada sea distinto ni en el pasado ni en el futuro ni por toda la eternidad». Olentzero, con su carga de misoginia y rusticidad, significa la contingencia perfectible de lo sido. La igualdad de género no se logra falseando la historia, sino enmendándola. Se trata, en todo caso, de una extraña novia para un personaje singular.
La invención de Mari Domingi nos sitúa, también, ante la extrema facilidad con que los vascos solemos inventar nuestra memoria. Dentro de muy pocos años la artificial figura de la compañera de Olentzero, constituirá un inveterado mito, que algunos considerarán como parte esencial del panteón de la mitología vasca. Será uno más de los mitos creados con ánimo de demostrar la diferencia identitaria de lo que somos o, mejor, de lo que debiéramos ser, según los canones de la corrección abertzale. No es, ni será, la última de las invenciones encaminadas a fortalecer una mítica identidad basada en el artificio interesado. Agustín Chao, en el siglo XIX, inventó con éxito el mito de origen de los vascos e ideó la figura de Aitor como el patriarca vasco que dio origen al linaje de los vascos. Hoy el mito de Aitor es una más de la evidencias que constituyen el imaginario colectivo de los vascos. La proverbial credulidad de los vascos a creerse sus mentiras para justificar nuestra diferente etnicidad es la base incuestionable del nacionalismo más obtuso.
Lo de Mari Domingi podría no ser más que una humorada, nacida con el ánimo de divertir a niños y niñas dotadas del don de la imaginación, pero el fraude a la realidad antropológica que supone, nos debería poner en guardia ante el hábito de falsear nuestra historia, que es constitutivo de la ideología abertzale. Hace cinco décadas tanto Federico Krutwig, como Jon Mirande, abogaban por destruir la memoria cristiana de los vascos para sustituirla por una querencia pagana, que supondría la revisión de nuestro pasado cultural. Haciendo buenos los anhelos de Mirande, campeón filonazi del revisionismo histórico, hemos descabalgado a los Reyes Magos, sustituyéndolos por Olentzero y vamos camino de reescribir nuestra memoria con inventos como el postizo feminista de Mari Domingi.
A Olentzero se le solía representar con una pipa en la boca y una gran barriga que denotaba su apetito; las figuras actuales del héroe báquico euskaldun lo representan con un porte más atlético y como no fumador. Se nota que Mari Domingi lo ha metido en cintura y ha sustituido los capones por la dieta mediterránea; muy pronto veremos que el lugar del odre de vino lo ocupa una bebida isotónica y que la pipa ha sido sustituida por un chewing gum de menta. Cosas de lo políticamente correcto, que terminarán por prostituir nuestra memoria.

Las ikastolas han sido el origen de la entronización de Mari Domingi en la memoria colectiva de nuestros niños y EITB ha sancionado su conversión en mito navideño. Resulta alarmante la facilidad con la que los vascos inventamos nuestra memoria y nos aferramos a ella como postulado del futuro. La memoria no debería ser una invención apócrifa.

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